Como ocurre frecuentemente con las historias de pescadores, el tamaño del pez aumenta cada vez que se cuenta la historia, pero el incidente protagonizado por un Boeing 737-200 de Alaska Airlines en 1987 es completamente real, aunque su publicación coincidiese con el Día de las Bromas de Abril (en inglés: April Fools’ Day; el equivalente al Día de los Inocentes en el mundo hispanohablante).
El 30 de marzo de 1987, un vuelo de Alaska Airlines, que despegaba desde Juneau, Alaska, tuvo un encuentro insólito. Mientras el avión ascendía por los cielos de Alaska, un salmón, sujetado por las garras de un águila, cruzó repentinamente la trayectoria del Boeing 737. El ave, al parecer, rápidamente se dio cuenta de que enfrentarse a un avión no era una buena opción, por lo que giró bruscamente para evitar un impacto. Ese giro provocó que el águila soltara su presa, o quizás se soltó por el movimiento brusco. El capitán Mac af Uhr, quien relató los hechos años después, describió el momento como uno de esos en los que no se puede creer lo que está sucediendo. “…los pilotos Bill Morin y Bill Johnson vieron caer el pez hacia el avión casi a cámara lenta”, recordó Mac af Uhr en 2005.
El piloto Bill Morin, visiblemente sorprendido, fue el primero en reaccionar por radio tras el impacto. «¿Acabamos de golpear lo que creo que golpeamos?», preguntó, desconcertado, a la torre de control. Afortunadamente, el águila salió ilesa y el pez terminó convertido en lo que los tripulantes llamaron «sushi para el parabrisas». Al aterrizar en Yakutat, donde hicieron una parada, se confirmó que no hubo daño estructural en el avión, pero sí encontraron una mancha grasienta en el parabrisas, junto con algunas escamas del pez. Según el piloto Morin, el pez mediría entre 30 y 45 centímetros, y sugirió que probablemente se trataba de una Dolly Varden, un tipo de salmón que se encuentra en Alaska durante esa temporada.
Actualmente, Alaska Airlines lleva su propio «gran pez». La aerolínea es conocida por su emblemático avión decorado como un enorme salmón, denominado Salmon Thirty Salmon. Este avión simboliza su estrecha alianza con la industria pesquera de Alaska, que cada año transporta más de 9.000 toneladas de mariscos hacia Estados Unidos, Canadá y México. Si el águila se hubiera encontrado hoy con ese «pez gigante» volador, su sorpresa quizás habría sido aún mayor.
Roxie Laybourne, la detective de pájaros que ayudó a mejorar la seguridad aérea
Como es de suponer, esta no ha sido la única vez que un avión ha chocado con un animal en el aire. Unos años antes, Roxie Laybourne, una científica del Smithsonian, había empezado a cambiar la forma en que se gestionaba la seguridad aérea. En 1960, un accidente aéreo impulsó su carrera cuando identificó a los estorninos europeos como responsables de un choque fatal del vuelo 375 de Eastern Airlines. Este descubrimiento permitió gestionar la fauna alrededor de los aeropuertos, siendo Laybourne pionera en el estudio de la ornitología forense, ciencia que ayudó a prevenir colisiones entre aves y aviones.
Laybourne desarrolló una metodología rigurosa que involucraba el análisis microscópico de plumas, conocida como el «método Roxie». Este proceso, basado en la observación física, el lavado y secado de plumas y el estudio de su microestructura, se convirtió en una herramienta crucial para la seguridad aérea. Su legado sigue vigente, ahora complementado con análisis de ADN, permitiendo identificar especies con precisión milimétrica.
Casos como el choque en Florida de un avión con un buitre negro que se había alimentado previamente de un venado demuestran la importancia de combinar técnicas tradicionales y modernas. Este incidente fue inicialmente atribuido a un «ciervo volador» hasta que el método Roxie confirmó la presencia de plumas de buitre, resolviendo el misterio.
Labourne colaboró también con el FBI y actuó como perito en varios juicios. En uno de los casos más inusuales, tuvo que recoger fragmentos de plumas adheridos a una bala en una investigación de homicidio y compararlos con las plumas de una almohada que había sido utilizada como silenciador durante el crimen.
En 2018, el laboratorio de identificación forense de plumas del Smithsonian analizó casi 11,000 incidentes, mostrando cómo la visión de Laybourne continúa salvaguardando vidas humanas y animales. Su legado no solo transformó la seguridad aérea, sino que también redefinió el papel de los museos, convirtiéndolos en recursos esenciales para la ciencia aplicada. Gracias a su trabajo, la aviación moderna es más segura y consciente del entorno natural que la rodea.
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